Seguramente has escuchado la frase "somos lo que comemos". Suena a cliché, pero tiene más verdad de la que creemos. La forma en la que nos alimentamos impacta directamente no solo en nuestro cuerpo, sino también en cómo pensamos, cómo dormimos, y en la energía con la que enfrentamos el día.
Por ejemplo: un desayuno completo, que incluya una fuente de proteína, fibra y grasas saludables, puede marcar la diferencia entre un día productivo y uno lleno de antojos, cansancio o irritabilidad. No es casualidad que cuando comemos mal, lo sentimos de inmediato: nos cuesta concentrarnos, nos da sueño, cambia nuestro humor y, a veces, hasta nos sentimos más estresados.
Y no, no se trata de seguir dietas estrictas o renunciar a todo lo que nos gusta. Se trata de observar cómo reacciona nuestro cuerpo cuando le damos lo que necesita. Basta con probar: una semana comiendo de forma más equilibrada, con más alimentos naturales, menos procesados y suficiente agua. Lo más probable es que empieces a notar mejoras en tu digestión, tu energía, tu estado de ánimo... incluso en tu piel y tu descanso.
Cuidar lo que comes no tiene que ser complicado ni aburrido. Es una inversión diaria en tu bienestar. Porque cuando te alimentas mejor, te sientes mejor. Así de simple.