Por Laura López Portillo
El cuerpo constantemente está trabajando para y con nosotros. Tiene muchos mecanismos que nos ayudan adaptarnos a nuevas situaciones y poder tener rendimiento adecuado y mantenerse en equilibrio. Pero estos esfuerzos y adecuaciones de su parte no siempre lo podemos sentir o ver; el cuerpo trabaja de manera silenciosa y esto a veces no nos permite valorar qué es lo que realmente está pasando dentro de nuestro cuerpo.
Nuestros niveles de glucosa todos los días cambian según nuestros alimentos, movimiento, descanso, estrés, medicamentos, enfermedades y muchos factores más. Sin embargo, no lo podemos percibir a simple vista. Tener cambios constantes y bruscos de azúcar en la sangre nos puede llevar a complicaciones a largo plazo, ya que nuestra insulina -proteína encargada de hacer que la energía entre a las células- se va agotando y puede ir disminuyendo en cantidad o funcionalidad.
Cuando el cuerpo rebasa los niveles de glucosa y ya no tiene la capacidad para controlarlos podemos llegar a tener problemas en los riñones, la vista y la circulación - específicamente en las extremidades-, cicatrización, problemas nerviosos. El daño puede comenzar mucho antes de que sea perceptible para nosotros, y podemos llegar a normalizar muchos síntomas de hiperglucemia, por ejemplo:
• Dolor de cabeza.
• Adormecimiento de extremidades.
• Cansancio extremo.
• Resequedad de piel.
• Mucha hambre o sed.
¿Cómo prevenir estas consecuencias?
• Aumentar consumo de fuentes vegetales.
• Aumentar consumo de agua natural.
• Reducir frecuencia de grasas animales.
• Sumar a nuestra dieta grasas vegetales.
• Mantenernos activos, aunque sea de baja impacto.
• Conocer nuestros niveles de glucosa de manera anual.
Para una mejor valoración y prevención se podrían complementar con niveles de hemoglobina, glucosilada y/o insulina en ayuno.